Ana era consciente de lo popular que era Tobías con las mujeres. Después de todo, su apariencia y estatus social eran considerables. Era como un premio y todas querían poseerlo. Sin embargo, ninguna tendría éxitos, por lo que no tenían razones para luchar. Pero, en ese momento, alguien lo había logrado. «¿Por qué no hacen nada? ¿no deberían tener un plan para derrotar a esa mujer? ¿No debería ser su próximo paso? ¿Por qué están sentada allí mirando a la señorita Reyes con envidia? ¡Vamos! Muévanse. ¡Ataquen a Reyes! No me digan que piensan que pueden derrotarla sentadas allí. ¡Sigan soñando!».
Por un momento, detestó a las mujeres y pensó que eran inservibles y poco inteligentes. Uno debía ganarse las cosas, pero ni una de esas mujeres intentó luchar. Ese descubrimiento la enfurecía. Fue suficiente para ella; resopló furiosa y salió del banquete, enojada. Creía que le daría un ataque de lo enojada que estaba por esas mujeres pasivas y por las demostraciones públicas de afecto entre Tobías y Sonia.
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