La herencia de Bernardo era enorme, Lucrecia estaría destrozada tras perder tanto dinero. Cristina sabía por qué no le abrían la puerta. Razonar con un loco era inútil, pues la locura solo llevaría a alguien a lo más profundo del infierno. La única manera de tratar con alguien que había perdido toda racionalidad era ignorarlo. Cristina miró a Genaro.
—¿De verdad vamos a dejar que hagan lo que quieran? Los vecinos se van a quejar.
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