Sofía tenía una mano en el brazo de Lázaro, mientras la otra seguía deslizándose por su espalda en un esfuerzo por calmarlo. La distancia entre ellos era mínima, lo que, en opinión de Leonardo, era un espectáculo para los ojos. Entonces, ajustó su posición en el sillón antes de preguntar:
—Lázaro, ¿qué ha dicho Lorena?
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