La Señora Lozano era más bien regordeta, por lo que era muy torpe al andar. Retrocedió varios pasos tropezando y solo consiguió frenar su caída cuando el Señor Lozano la atrapó.
Lázaro ejerció entonces algo de fuerza al presionar su brazo contra el cuello de Santiago, dificultándole un poco la respiración. La cara de Santiago se puso muy roja y en ese momento el miedo lo consumió. No dijo ni una palabra, solo forcejeó de manera salvaje.
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