Lázaro imaginó una y otra vez todo lo que pasaría ese día y todos los sucesos repentinos que podrían ocurrir. Su máxima preocupación residía en su reacción y respuesta de entonces. Después de contemplarlo durante la mitad de la noche, por fin perdió la batalla con su somnolencia durante la madrugada y el cansancio lo orilló a dormir.
A la mañana siguiente, temprano, recibió una llamada de Lorena, quien le dijo que el Señor Jiménez había sufrido una repentina dolencia durante la madrugada y había sido enviado al hospital esa misma noche. Ya estaba fuera de peligro, así que le pidió a Lázaro que fuera a visitarlo. El disgusto se apoderó de él y la regañó por teléfono, exigiendo saber por qué se lo decía hasta ese momento, cuando debió haberlo llamado durante la noche.
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