Los que quedaban se despidieron a la entrada del restaurante.
Mientras caminaba, Lázaro se sacudió las anchas mangas de su saco, fanfarroneando por la calle, y se dirigió a la sede del club en el lado opuesto del camino. El lugar estaba repleto de gente a esa hora. Había muchos autos estacionados en la entrada y el portero del club no paraba de hacer reverencias y saludar a los invitados.
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