Leonardo salió puntual del trabajo por la tarde y condujo directo a la Residencia Cibeles. Después de estacionar su auto, caminó despacio hacia el edificio principal y vio a algunas personas antes de llegar. Por sorpresa, Isabel no se había ido todavía.
La Señora Cibeles e Isabel estaban sentadas en las sillas de ratán junto a la entrada, con una pequeña mesa traída por una sirviente frente a ellas. Había té y frutas en la mesa. Mientras tanto, la Señora Cibeles reía cuando hablaban, con el rostro radiante. Parecía una persona muy diferente a la que el día anterior se estaba deshaciéndose en lágrimas.
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