Aunque no había muchos comensales en el restaurante, hubiera sido vergonzoso discutir en público. Leonardo había bajado los ojos cuando su mirada se desplazó hacia el brazo de la mujer y frunció las cejas. Sus rasgos faciales siempre tenían un aura de frialdad, seguro tenía algo que ver con la habitual expresión inexpresiva que llevaba a diario. Sus cejas fruncidas no significaban que estuviera furioso, sino que solo lo hacían parecer que iba a estallar en cualquier momento. La mujer frunció los labios, pero no aflojó su agarre.
—Presidente Cibeles, ¿podemos hablar? El Presidente Macías es sincero en cuanto a esta colaboración y me será difícil enfrentarme a él si nuestras conversaciones no salen bien.
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