La diferencia entre un hombre y una mujer en este aspecto era demasiado evidente. Cristina cerró los ojos mientras se acurrucaba en el abrazo de Genaro, y aunque no pudiera volver a dormirse, era agradable poder estar en los brazos de su marido en su propio pequeño mundo. Siguieron pegados el uno al otro antes de que su barriga empezara a rugir de hambre. Cuando por fin abrió los ojos al escuchar el sonido, Genaro le dio suaves roces en la barriga y le preguntó:
—El bebé tiene hambre. ¿Pido comida para llevar?
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