Una vez más, la voz desalentada de Laura salió del otro lado de la línea. Cualquiera que hubiera escuchado su voz y visto sus ojos llorosos de cachorro se habría compadecido de ella.
Al escucharla, Miguel se quedó en silencio por un momento. Mientras pensaba qué responder, le arrebaté el móvil y le dije:
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