En realidad, Miguel había preparado un auto y un conductor para mí. Si quería utilizar el servicio, el conductor llegaría en menos de diez minutos. Sin embargo, yo no estaba acostumbrada a los hábitos de vida de la alta sociedad. Por lo tanto, me sentía más a gusto para ir a mi aire.
Cuando llegué a la casa de Eduardo, me di cuenta de que su puerta había quedado entreabierta, lo que significaba que estaba en casa.
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