Capítulo 7 El dolor de la ruptura
«¡El asunto es que yo era su novia y se suponía es que hoy fuera nuestra boda! ¡A pesar de todo eso, vino a decirme tal cosa! ¡Apenas me enteré de que el hombre a quien amé por tantos años fuera tan sinvergüenza!».
—Gracias, Andrea… —dijo Josué con un leve susurro.
Quizás se sentía culpable y por eso era obvio que sonara dudoso.
«¿“Gracias”? ¿Me está agradeciendo? ¡Ja, ja! —Al notar el alivio en su cara, se me apretó el corazón de manera dolorosa—. ¡El hombre a quien una vez amé, el mismo que prometió cuidarme por el resto de mi vida está agradeciéndome por cancelar la boda! ¡Es probable que sea la persona más patética del mundo entero!».
—¡Vete! ¡No te quiero ver! —grité, señalando la puerta. Por poco no podía contenerme de acercármele y exigirle una explicación de su traición—. ¿No me oíste? ¡Que te largues!
Natalia, indignada, tomó una escoba e intentó golpear a Josué con esta mientras lo echaba. Luego de que se fuera Josué, sentí como si se me hubiera acabado la energía y me eché al suelo con una mirada vacía. Aunque fuera un patán, aún seguía siendo el hombre a quien amé por siete años, así que estaría mintiendo si dijera que no estaba furiosa por cómo terminaron las cosas.
—Desahógate, Andrea, así te sentirás mejor después —dijo Natalia, quien se me acercó y me dio un fuerte abrazo, su voz rebosante de angustia.
—¿Por qué debería llorar por un patán sinvergüenza? Natalia, por favor no lo vuelvas a mencionar frente a mí.
Alcé la cabeza un poco, pero las lágrimas seguían corriendo por mi cara.
—Sé que te sientes atormentada, Andrea. Solo llorar para desahogarte y, después, lo olvidas y comienzas una nueva vida.
Natalia me abrazó con tanta fuerza que pude escuchar que tenía la voz ahogada. Ya que era mi mejor amiga, era natural que sintiera angustia tras ver mi condición actual. Sollocé por un lapso interminable hasta que se me hincharon los ojos y la cabeza se me aligeró; era como si el llanto me hubiera debilitado. Después de llorar, me fui a mi habitación y me dormí de nuevo, pasando casi todo el día y la noche en cama; incluso en mis sueños, soñaba a Josué y a Mayra haciéndolo.
Era el tercer día tras la ruptura, y Natalia, cansada quizás de verme torturarme de esa manera, vino a mi habitación y me despertó.
—Despiértate y come algo, Andrea.
Me tapé por completo con las cobijas, no estaba de ánimos para decir una sola palabra, mucho menos para comer.
—No quiero comer… —dije entre los dientes.
En ese momento, solo quería quedarme en la cama sin hacer nada, pero Natalia no podía soportarlo más, así que me quitó las cobijas de encima, me miró malhumorada y dijo:
—Andrea García, ¿desde cuándo eres tan inútil? ¿Vale la pena maltratarte a ti misma por ese patán?
Aún adolorida, me quedé callada.
«Aunque sea un patán, ¡lo amé por siete años! En todo este tiempo, le dediqué todo a nuestra relación, creyendo que pasaría el resto de mi vida con él. Al principio, creía que estaría un paso más cerca a la felicidad, pero al final solo me acerqué a un abismo sin fondo y, ahora, había caído sin manera de poder salir».