Me besó con tanta destreza que mi cerebro se puso en blanco y, sin darme cuenta, respondía a cada uno de sus movimientos. Por un momento, el ambiente en su coche se llenó de tensión sexual.
Me soltó después de un largo rato, y, cuando abrí los ojos, me perdí en su mirada profunda e intensa. Incluso a poca distancia, se veía tan perfecto que era imposible hallarle defectos; no se comparaba a Josué. Pensaba que Josué era perfecto, pero me di cuenta de que no lo era cuando conocí a Miguel.
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