Rodrigo continuó reconfortándome; emanaba una extraña sensación con su abrazo. Antes, pensaba que él no era más que un mujeriego coqueto que solo estaba tratando de llevarme a la cama, pero me di cuenta de que yo de verdad le importaba. Ni siquiera me detuvo cuando lo abracé con más fuerza, y no fue hasta que me cansé de llorar que lo solté.
—Discúlpame por estropearte la camisa… —le murmuré, avergonzada por ensuciarlo, evitando verlo a los ojos. Abrumada por mis emociones, solo me importaba desahogarme antes de que me hundiera en mis propias lágrimas, hasta olvidé que no tenía ninguna relación con el hombre frente a mí.
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