—Sé quién eres, Josué. No tienes que perder el tiempo dando rodeos. Solo dime de inmediato lo que quieres de mí. ¿Qué tienes en mente? —Hice una mueca y le exigí con frialdad. Ya estaba harta de que me hablara de forma tan pretenciosa.
En ese momento, noté un cambio repentino en el semblante de Josué. Había destellos imperceptibles de sorpresa y pánico en sus ojos. De forma independiente de lo bien que estuviera reprimiendo sus emociones, tuve el presentimiento de que tenía algo bajo la manga.
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