Pensé que todo esto llegaría a su fin, y que Emma dejaría de causarme problemas, sobre todo después de que Miguel se sinceró con ella. Sin embargo, era evidente que subestimó sus celos. Al día siguiente, sonó el timbre de casa.
Al abrir la puerta, vi a unos cuantos hombres de aspecto rudo parados afuera. Al ver sus expresiones feroces, tuve el mal presentimiento de que estaban aquí sin buenas intenciones. Los miré con nerviosismo y pregunté tímida:
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