Capítulo 12 Su gusto en mujeres debe mejorar
—¿Por qué me tironeas? ¡Solo estoy diciendo la verdad! ¡Estoy segura de que Andrea sigue enamorada de ti! ¡De seguro solo está resentida porque la dejaste, así que solo se encontró a un hombre para que fingiera ser su novio!
—¡Cállate, Mayra! —le gritó Josué al instante, su voz parecía estar teñida de una pisca de ira.
—¿En serio me gritaste, Josué? ¿Aún le tienes cariño a Andrea? ¿Por qué ya no me amas?
En ese momento, Mayra se puso triste y le salieron lágrimas de los ojos a pesar de estar muy equivocada. No pude evitar sonreír al ver su expresión de lástima.
«Vaya, vaya… Le encanta hacerse la víctima, ¿no? Quizá sea esta expresión la que fascinó a Josué; después de todo, a los hombres les gustan las mujeres débiles, frágiles y delicadas. Por el contrario, yo no soy esa clase de mujer».
Soltando su mano de mi cintura, Miguel se le acercó a Josué, y, tras examinar a Mayra, le señaló de manera burlesca:
—Señor Centeno, ¡su gusto en mujeres debe mejorar!
«¡Guau! No esperaba a que fuera tan directo considerando su comportamiento reservado».
Se notaba que Josué se sentía mortificado. Al verlo humillado, me sobrevino un indescriptible gozo.
—Tengo algo que hacer, así que, con su permiso, señor Sosa.
Josué era una persona egoísta, así que el arrebato de mal genio de Mayra debió avergonzarlo a gran medida. Al haber dicho esto, se fue, arrastrando a Mabel con él.
—¿Ves? ¡Cualquier hombre con que se encuentre Andrea es mejor que un cretino traidor como tú! —dijo Natalia, quien debía tener la última palabra antes de que se fueran.
Cuando desaparecieron de nuestra vista, no podía seguir fingiendo y mi sonrisa se disipó. Volteé a ver a Miguel y dudé por un momento antes de acercármele.
—Gracias por seguirme la corriente.
—Dile a tu amiga que se vaya primero. Tengo algo de que hablar contigo —me respondió Miguel con frialdad después de señalar a Natalia con la vista.
—No hay nada más de qué hablar entre nosotros dos. Por favor, discúlpeme si no hay más por decir.
Por alguna razón, no podía evitar ponerme nerviosa cada vez que cruzaba mirada con sus ojos oscuros y profundos, que me hacían sentir como si me fueran a succionar. Decidí irme, tomando la mano de Natalia; solo me aloqué con él aquella noche porque estaba tomada, pero ahora que no estaba bajo la influencia del alcohol, no tenía las agallas para seguirle hablando.
—Mmm… Dejaré que ustedes dos hablen —dijo Natalia—. Acabo de recordar que tengo algo que hacer, así que me iré primero, Andrea.
Sin embargo, ella creía lo contrario, y, al haber dicho esto, me soltó la mano y se fue, dejándome allí sola. Cuando estaba a punto de irme, Miguel me tomó de la muñeca, llevándome a la esquina de las escaleras, y me puso contra la pared.
Estábamos tan cerca del otro que podía sentir cómo irradiaba su aura masculina. Esa noche estaba ebria, así que no me di cuenta de nada más que del hecho de que era él. Ahora que estaba interactuando con él tan de cerca, mi corazón me latía muy fuerte.
—M-Miguel, ¿qué estás haciendo?
Fijó su mirada en mí con intensidad. Sintiéndome nerviosa sin explicación alguna, quería huir, pero mis sentía que mis piernas estaban ancladas al piso y no podían moverse.