Yo no podía hablar de dar unos cuantos cientos de miles; eran cifras astronómicas para mí. Para ese momento, apenas tenía dinero para comer. ¿Cómo se suponía que liquidara la deuda de Eduardo? Solo porque trabajase en la ciudad, no significaba que tuviera una paga alta. Era una empleada común trabajando a deshoras por un salario menor a diez mil al mes. Además, ya había pagado las deudas de Eduardo en incontables ocasiones en el transcurso de los últimos años. Por otro lado, agoté todos mis ahorros en la cirugía de corazón de mi papá. Mis bolsillos ya estaban sangrando desde antes con todos estos gastos.
—Andrea, no lo puedes dejar a morir. Esos hombres ya amenazaron con romperle las piernas si no paga para la próxima semana. Eduardo es el único varón que tuvimos. ¡No puede terminar con una pierna rota!
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