—¿Se puede ser más desvergonzado, Miguel? ¿Cómo te atreves a decir esas palabras? —Una oleada de fastidio surgió dentro de mí mientras lo miraba con desprecio.
—Puedo, por supuesto. Si quieres que sea más desvergonzado que esto, puedo satisfacerte ahora mismo. —Levantó las cejas, y su mirada brilló con diversión.
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