Su beso fue gentil y lento, como si estuviera besando a la mujer que ama. Esa gentileza repentina me tomó por sorpresa. Mi corazón latía a mil por hora. No sé por qué su actitud hizo este giro de ciento ochenta, pero este lado suyo terminó por embelesarme. Dejé que me siguiera besando y se me olvidó empujarlo, ya que mi mente se quedó en blanco. Unos minutos después, Miguel me dejó ir al fin y me sonrió con afecto. Yo estaba estupefacta. Sentí que se inclinó de nuevo hacia mí, pero el acercamiento de su rostro al fin me hizo recobrar mis sentidos.
—Debería retirarme. ¡Adiós!
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