Doscientos mil era lo máximo que podía tolerar. Aunque a Miguel no le faltaba dinero y daría más si mi madre le dejaba tomar la iniciativa de proponer la cantidad, yo me empeñaba en no ceder por la actitud de mis padres. Mi falta de precio para Miguel también era irrelevante en ese momento.
—¿Doscientos mil? ¡Eso es ridículo! ¿Cómo puedes despedirnos a tu padre y a mí con esa cantidad de dinero cuando te hemos criado durante tantos años? Eres una desgraciada. —Mi madre me miró con rabia mientras hablaba. Si no estuviera embarazada, ya me habría pegado.
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