Me quedé frente al despacho de Miguel durante mucho tiempo, sin tener el valor de abrir la puerta. A pesar de que llevábamos pocos días sin vernos, ya nos habíamos convertido en extraños. Cada vez que pensaba en él, no sentía más que agonía. Al final, llamé a la puerta y esperé a que Miguel respondiera antes de entrar. Estaba sentado en su escritorio con la cabeza gacha, firmando unos papeles. Estaba tranquilo, sin ninguna expresión en su rostro.
Lo miré a la cara confundida y al mismo tiempo incómoda. Nuestra ruptura no parecía haberle afectado ni un poco. Tal vez, yo era prescindible. Lo miré mientras me quedaba quieta. En apenas unos días sin vernos, parecía que nos habíamos distanciado más.
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