Me sentí incómoda en el sillón, pensando en si debía escabullirme, cuando el sonido de la puerta del cuarto me sacó de mis pensamientos. Mi corazón se aceleró y miré de inmediato hacia la habitación. Tal como lo esperé, pude distinguir la figura de Miguel sin problemas. Salió con una bata puesta y unos cuantos mechones alborotados que cubrían su frente. Tenía un aspecto perezoso en ese momento.
Vio que estaba sentada en el sofá y pude notar la sorpresa en sus ojos, pero de inmediato caminó hacia la cocina, actuando como si no me hubiese visto. Agarró un vaso de agua del refrigerador y se detuvo cerca de mí. Tomó un sorbo de su bebida y, con una voz rasposa, me dijo:
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