Se aferró a la puerta de mi auto y me miró. Su voz tenía una pizca de inquietud. Fruncí el ceño con la intención de decirle palabras hirientes, pero caí en cuenta de que solo haría que se molestara más. Después de reflexionarlo bastante, asentí y dije con indiferencia:
—Sí, podemos seguir siendo amigos y compañeros de trabajo.
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