Mi rostro se sonrojó al escuchar sus palabras. Lo conocía lo suficiente como para saber lo que estaba insinuando. Siempre que estábamos solos los dos, lo que más le gustaba era tener sexo. Esa era sin duda la recompensa a la que se refería. Sin embargo, sentí el impulso de rechazar su recompensa. Para ser sincera, me parecía más un castigo que una recompensa. Sugerí:
—Olvídate de la recompensa. Te dejaré descansar por esta noche. Podemos hablar de la recompensa más tarde.
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