Doscientos mil era una suma insignificante para alguien como Miguel. Para mí era muy tentador aceptar esa oferta, ya que de verdad necesitaba el dinero; sin embargo, mi ego y orgullo me impidieron hacerlo. Sabía por experiencia que no podía utilizar su dinero sin que tuvieran consecuencias.
—Gracias por la oferta, señor Sosa, pero puede quedarse con su dinero. Encontré otra solución por mi cuenta —le dije con frialdad y salí antes de que contestase.
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