Capítulo 392 No hace falta esconderlo
Al día siguiente, el cielo seguía oscuro cuando abrí mis ojos y me imaginé que eran las 4 o 5 de la mañana. Álvaro seguía profundamente dormido, así que intenté dormir de nuevo, pero fue en vano. Miré al cielo, exhausta; sentía un fuerte dolor de cabeza y después de un momento decidí levantarme. Álvaro seguía con sus brazos alrededor de mi cuerpo. Sus ojos seguían cerrados, aun adormilado.
—¿Qué sucede? —preguntó con una voz ronca.
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