Capítulo 3 Estoy de acuerdo con el divorcio
Sabía muy bien que era imposible hacer que se quedara, pero aun así quise intentarlo. Nivelé mi mirada con la de él y anuncié:
—Estoy de acuerdo con el divorcio, pero tengo mis condiciones. Quédate aquí esta noche y acompáñame al funeral del abuelo. Firmaré los papeles del divorcio en cuanto termine.
Su mirada se entrecerró, sus pupilas oscuras desbordaban burla y su boca se torció un poco.
—Compláceme. —Álvaro soltó mi barbilla y se acercó hacia mi oído para susurrarme—. Muchas palabras y nada de acción no te llevará a nada, Samara. —Su voz era fría con un tono de provocación. Sabía a lo que se refería y puse mis brazos alrededor de su cintura, inclinando mi cabeza hacia la suya. Probablemente me veía graciosa debido a nuestra diferencia de altura. No sabía cómo sentirme al respecto y usé un método abominable para forzar a la persona que me gustaba para quedarse conmigo.
«Quizás soy patética»
Seguí mis instintos y estaba a punto de deslizar mi mano hacia abajo cuando de pronto Álvaro la tomó. Levanté mi cabeza enseguida y me encontré con sus ojos negros penetrantes.
—Suficiente. —Su voz seca me tomó por sorpresa un instante, tratando de entender sus palabras, pero fallé. Luego, tomó su pijama gris de la cama y se la puso con movimientos elegantes. Me quedé atónita antes de despertar del impacto.
«¿Se va... a quedar?»
Para mi desgracia, antes de poder sentirme feliz por mi logro, la voz de una mujer se escuchó desde afuera de la ventana en medio de la fuerte lluvia.
—Álvaro...
Mientras yo estaba impactada, Álvaro ya había reaccionado. Caminó hacia el balcón con pasos largos y miró hacia afuera. Después, tomó su abrigo y salió de la habitación con una expresión seria. Rebeca estaba parada en medio de la lluvia y debajo del balcón. Las gotas frías le habían empapado su vestido delgado por completo. La mujer hermosa era muy frágil y se miraba cada vez más lamentable al permanecer en la lluvia. Álvaro estaba por reprenderla y le cubrió los hombros con el abrigo que llevaba. A pesar de eso, lo abrazó con fuerzas y lloró en sus brazos.
Al ver esto, de pronto me di cuenta de algo y comprendí por qué mis dos años de matrimonio con Álvaro no se comparaban con una llamada de Rebeca. La llevó hacia el chalé con sus brazos alrededor de ella y yo me quedé arriba de las escaleras para bloquear su paso, escaneando su ropa mojada.
—¡Quítate del camino! —gritó Álvaro con desprecio.
«¿Estaba triste?»
Tampoco yo lo sabía, pero mis ojos me dolieron más que mi corazón al presenciar a la persona que más amaba tratando a otra mujer como si fuera una preciosa gema mientras me pisoteaban.
—Álvaro, le prometiste al abuelo que nunca la dejarías pisar esta casa mientras yo estuviera aquí cuando nos casamos. —Álvaro y yo vivíamos juntos. En más de una ocasión, dejé que Rebeca estuviera con él y, como si no fuera suficiente, le estaba permitiendo contaminar el único lugar al que podía llamar mío.
—¡Ja! —Se burló Álvaro, haciéndome a un lado y respondiendo con tono frío—. Te sientes muy poderosa, Samara. —Su forma de burlarse de mí no tenía límites. Al final, solo pude ver cómo Rebeca entraba a la habitación de invitados tal como si fuera una espectadora. Esta noche iba a ser larga. Rebeca estuvo expuesta a la fuerte lluvia; para empezar, su cuerpo era muy débil y le dio fiebre. Álvaro la cuidó como si fuera una joya valiosa y la ayudó a cambiarse de ropa, usando una toalla para bajar la temperatura. Quizás al verme parada ahí lo hacía molestar y me lanzó una mirada fría mientras me ordenaba:
—¡Regresa a la casa de los Ayala ahora! Rebeca no va a poder ir a ninguna parte esta noche con este estado.
«¿Quiere que me vaya a esta hora? Ja, ja... Supongo que soy una molestia»
Luego de observarlo por un largo tiempo, no pude encontrar las palabras para recordarle que la casa de su familia estaba muy lejos y que podría ser muy peligroso para una mujer salir a estas horas de la noche. Sin embargo, esas cosas no le preocupaban. Solo le importaba asegurarse de que Rebeca no fuera afectada por mi presencia. Me obligué a contener el dolor en mi pecho antes de decir con calma:
—Regresaré a la habitación. ¡No es... apropiado regresar a casa de la familia a esta hora! —No le iba a permitir que me pisoteara incluso sabiendo que no me valoraba ni un poco. Al salir de la habitación de invitados, me encontré con Gael Ceja apresurado en el pasillo. Al notar que aún estaba en su pijama negra, deduje que quizás había llegado corriendo al chalé. Ni siquiera se cambió de zapatos y su pijama estaba empapada.