Capítulo 7 El funeral
Era una hora del chalé hacia la casa de la familia Ayala y durante todo el camino, me sentí en un trance. Mi mente abundaba en pensamientos acerca del bebé de Rebeca y la mirada de Álvaro antes de irse. Parecía no poder llenar mis pulmones con suficiente aire. Mi pecho se endureció y justo cuando el auto se detuvo enfrente de la familia Ayala, sentí una ola de náuseas. Salí apresurada del auto y me dieron arcadas a lado de las flores por un largo tiempo sin poder vomitar.
—Al parecer, ser la señora Ayala te ha hecho débil viendo que casi vomitas luego de un corto paseo en auto. —Una voz firme y desagradable sonó por la puerta principal de la casa. No necesitaba voltear a ver para saber quién era. Jorge tenía dos hijos: el mayor era Cristofer Ayala, quien había fallecido en un accidente automovilístico junto con su esposa años atrás dejando a su único hijo, Álvaro y el segundo era Carlos Ayala. En ese momento, la persona que se estaba burlando de mí afuera de la casa era la esposa del tío Carlos, Elena Carrillo. Había muchos altercados dentro de las familias ricas y ya estaba acostumbrada. Contuve la incomodidad en mi estómago, miré a Elena y la saludé de manera respetuosa.
—Tía Elena. —Nunca le he agradado a Elena. Quizás estaba celosa porque Jorge me tenía mucha preferencia a pesar de venir de una familia pobre o tal vez descontenta porque Jorge valoraba a Álvaro tanto que le cedió su propiedad a él. Dado al contexto, pudiera estar desquitando su enojo conmigo. Me lanzó una mirada fría antes de ver por detrás de mí y al notar que no había nadie en el auto, su expresión se puso seria.
—¿Qué? Álvaro, el nieto favorito, ¿no se presentó al funeral de su abuelo?
Iban a ver muchos invitados el día de hoy y la ausencia de Álvaro era inaceptable. Levanté la comisura de mis labios para sonreír y preparé una respuesta.
—Se le presentó un problema y quizás llegue tarde.
—¡Ja, ja! —burló Elena—. Esta es la persona en quien mi suegro ha puesto todas sus esperanzas. Me pregunto qué le habrá visto.
La familia Ayala era muy influyente y muchas personas asistieron al funeral para rendirle homenaje. Aunque Elena sentía repugnancia hacia mí, no me hizo las cosas difíciles por el bien de las apariencias y entramos a la casa juntas. El ataúd de Jorge estaba en medio del pasillo con unas flores blancas encima. Muchas personas entraron vestidas de negro una por una. Jorge era bien conocido y aquellos que venían a rendirle homenaje eran de procedencias extraordinarias. Carlos y Elena les daban la bienvenida afuera mientras yo los saludaba adentro en el pasillo.
—Señorita Arias. —La señora Hernández caminó hacia mí con una caja de sándalo en la mano.
—Señora Hernández, ¿qué sucede? —La familia Ayala no era tan complicada a pesar de ser rica porque no había muchos herederos. Jorge siempre prefirió una vida de paz y soledad y yo había contratado a la señora Hernández para que lo cuidara. La señora Hernández colocó la caja de sándalo en mis manos con una expresión de condolencia en su rostro.
—Esto se lo dejó el señor Ayala antes de fallecer. Guárdela muy bien. —Dio una pausa antes de continuar—. El señor Ayala sabía que el señor Álvaro la forzaría a divorciarse de él tras su fallecimiento. Si no quiere que eso pase, entréguele esta caja y una vez que la vea, pensará dos veces antes de divorciarse de usted.
Agaché la cabeza para mirar dentro de la caja cuadrada en mis manos, pero tenía una cerradura oculta. Volteé a ver a la señora Hernández y confundida, le pregunté:
—¿En dónde está la llave?
—El señor Ayala se la dio al señor Álvaro. —La señora Hernández me analizó mientras me aconsejaba—. Ha perdido mucho de peso últimamente. Debería cuidar su salud. El señor Ayala siempre deseó que usted y el señor Álvaro tuvieran un hijo sano para que fuera el heredero de la familia. Ahora que falleció, no dejen que el árbol familiar termine con ustedes dos. —Al mencionar al bebé, me quedé sorprendida por un momento y luego le sonreí decidiendo no comentar nada al respecto. Al terminar con las plegarias, el ataúd del abuelo iba a ser llevado al cementerio para enterrarlo. Ya era mediodía cuando llegamos, pero Álvaro seguía sin aparecer; tenía que presentarse incluso cuando se acabara el funeral. Pronto, Carlos se acercó a mí junto con Elena agarrada de su brazo y me dijo:
—Sami, tu abuelo Jorge no va a regresar nunca. Ve a decirle a Álvaro que deje de guardarle rencor. El anciano no le debe nada.