Capítulo 4 Actuar como si fueran los dueños del lugar
El pasillo no era muy amplio y nos encontramos cara a cara. Gael se sorprendió por un momento, luego se enderezó la ropa y explicó:
—Señorita Arias, vine a revisar a Rebeca. —Gael era el mejor amigo de Álvaro.
«Dicen que solo tienes que ver la actitud del mejor amigo del hombre para saber si en verdad te quiere»
Aparte de su actitud, la forma en que se dirigió a mí era la prueba suficiente para saber que yo solo sería la «señorita Arias».
«¡Qué forma tan respetuosa de dirigirse hacia mí!»
Aprendí a no obsesionarme mucho en los detalles porque solo me darían dolor de cabeza. Forcé una sonrisa y le abrí camino, respondiendo:
—Mhmm, ¡adelante! —De vez en cuando, admiraba a Rebeca. Solo necesitaba sacar unas cuantas lágrimas para recibir el apoyo que a mí nunca se me otorgaba, incluso después de toda una vida trabajando duro. En la habitación, encontré un traje que Álvaro nunca había usado y en algún momento, me lo llevé hacia la sala. Gael fue rápido en revisar a Rebeca. Luego de tomarle la temperatura y recetarle medicamentos, se preparó para irse. Cuando bajó las escaleras y me vio parada en la sala, me dio una sonrisa cortés.
—Es tarde. ¿No irá a dormir, señorita Arias?
—Mmm, me voy a dormir en un rato. —Le pasé la ropa que tenía en mis manos mientras declaraba—. Tu ropa está mojada y sigue lloviendo. Deberías cambiarte antes de irte o te vas a enfermar. —Quizás se sorprendió por mi gesto porque parpadeó sin decir nada por un momento. Luego, su rostro apuesto extendió una sonrisa.
—No pasa nada. Soy tan fuerte como un toro. ¡Estaré bien!
Le metí la ropa en sus manos e insistí:
—Álvaro nunca se ha puesto esto. Incluso aún tiene las etiquetas. Son casi de la misma talla así que tómala. —Al decir esto, regresé a mi habitación. Mis acciones no fueron por pura bondad ni mucho menos. Cuando mi abuela estuvo hospitalizada, Gael fue el que atendió su cirugía. Era un doctor reconocido internacionalmente y si no fuera por los Ayala, nunca hubiera aceptado hacerle la cirugía. La ropa era mi forma de devolverle el favor. El día siguiente, después de una noche de lluvia, el aire de la mañana tenía un aroma fresco y almizclado. Estaba acostumbrada a levantarme temprano y al terminar de asearme, bajé las escaleras solo para ver a Álvaro y a Rebeca en la cocina. Álvaro tenía un mandil atado a sus caderas mientras cocinaba huevos en la estufa. Su vibra dura y frívola había quedado en el olvido. Ahora, parecía estar rodeado de un aura alegre. Los ojos brillantes de Rebeca seguían sus movimientos. Su rostro delicado y bonito estaba un poco sonrojado seguro porque se le había bajado la fiebre. En realidad, se veía linda y encantadora.
—Alvi, quiero mis huevos un poco quemados. —Al hablar, su mano se levantó para darle una fresa a Álvaro antes de continuar—. Pero no mucho o va a saber muy amargo.
Álvaro mordía la fresa mientras la miraba. Aunque no decía nada, sus ojos eran suficientes para expresar la magnitud de su complacencia hacia ella. Ambos tuvieron la suerte de nacer con una apariencia refinada y parecían una pareja fina. Sus gestos eran cálidos y dulces. No cabía duda de que había una atmósfera romántica.
—Se ven muy bien juntos, ¿no crees? —Una voz resonó por detrás de mí, asustándome. Miré por encima de mi hombro y vi a Gael parado ahí. Olvidé que había llovido toda la noche y como Rebeca tenía mucha fiebre, por supuesto que Álvaro no iba dejarlo ir.
—¡Buenos días! —Le sonreí, mi mirada se agachó y me di cuenta de que tenía la ropa que le había dado anoche. Al observar mi mirada, Gael levantó la ceja con una sonrisa—. Me quedó muy bien la ropa. Gracias.
Sacudí la cabeza.
—¡Ni lo menciones! —La había comprado para Álvaro, pero nunca se molestó en ponérsela. Al escuchar nuestras voces, Rebeca volteó a vernos y nos llamó.
—Samara, Gael. Ya despertaron. Álvaro hizo huevos para el desayuno. ¡Vengan a desayunar! —Hablaba como si fuera la dueña de la casa. Le lancé una sonrisa suave y pronto rechacé su invitación.
—Está bien. Compré pan y leche ayer. La leche sigue en el refrigerador. Deberías beber más porque te acabas de recuperar. —He vivido aquí por dos años. El título de la propiedad estaba a mi nombre y de Álvaro. Aunque siempre era obediente, era natural no soportar ver cómo alguien entraba a mi casa actuando como si fueran dueños del lugar.