Capítulo 8 Cuidando a Rebeca
Elena se burló.
—Es una ingrata. Papá la trató bien durante estos últimos años para nada.
—¡Cállate! —Carlos le lanzó una mirada antes de voltear a verme con impotencia—. Es tarde. El funeral de tu abuelo ya terminó. Ve a casa.
—Gracias, tío.
Tanto Elena como Carlos tenían 50 años y no tenían hijos, pero vivían muy cómodos con las acciones del Corporativo Ayala. Elena podía ser charlatana, pero no era una mala persona. Eran una linda pareja que muchos envidiaban. Mientras se retiraban, me paré enfrente de la tumba de Jorge, pensando. Mi relación con Álvaro podría terminar ahora que el abuelo falleció.
«Después de todo, voy a perderlo»
—Abuelo, cuídate. Vendré a visitarte. —Di una reverencia antes de dar la vuelta e irme. A pesar de eso, me quedé sorprendida por un momento al ver a la persona enfrente de mí.
«¿Cuándo llegó Álvaro?»
Estaba vestido de negro con una expresión estruendosa, parado cerca y observando la tumba de Jorge con firmeza. Fui incapaz de saber en qué pensaba y al verme, dijo:
—Vámonos.
«¿Vino a recogerme?»
Justo cuando estaba a punto de irse, lo detuve de prisa.
—Álvaro, el abuelo murió y debes dejarlo ir. Después de todo, sacrificó muchas cosas por ti durante años... —Al ver que su mirada se puso seria, me callé sin dudarlo. Pensé que iba a ponerse furioso, pero solo se volteó y se fue. Lo seguí sin tener otra opción, me metí a su auto, encendió el motor y condujo en silencio. Apreté mis dedos tratando de preguntarle sobre Rebeca, pero cuando vi su expresión, lo pensé mejor. Luego de un silencio, no pude evitar preguntar:
—¿Cómo está la señorita Villa? No la empujé, se cayó enfrente de mí. —De pronto, el vehículo se detuvo causando que rechinara y yo me tambaleé hacia enfrente. Antes de poder reaccionar, Álvaro me dejó inmóvil y se inclinó hacia mí. El hombre me estaba mirando de manera fría y retrocedí en cuanto aparté mis labios detectando una sensación de peligro—. Álvaro.
—¿Cómo quieres que esté? —Se burló—. Samara, ¿en serio piensas que no me voy a divorciar de ti por la caja que te regaló mi abuelo?
Mi corazón se detuvo.
«¿Se enteró hace unas horas? Qué rápido»
—No la empujé. —Enfrenté su mirada y contuve la amargura en mi corazón—. Álvaro, no tengo idea de lo que hay en la caja. No la iba a usar para amenazarte a quedarte casado conmigo. ¿Quieres el divorcio? Bien, mañana mismo lo haremos.
El cielo estaba oscuro y se podía escuchar la lluvia caer por afuera de la ventana mientras un silencio profundo colgaba en el aire. Álvaro se asombró de que acepté a divorciarme de él y luego de una pausa, replicó:
—Rebeca sigue en el hospital. ¿Planeas divorciarte para poder salir ilesa?
—¿Qué quieres que haga? —Como su querida novia estaba en el hospital, era evidente que no me iba a dejar ir tan fácil.
—Vas a tener que cuidarla empezando mañana —anunció y enderezó su espalda con los dedos tocando el volante de forma casual.