Capítulo 9 Una apuesta
No sabía lo que planeaba y solo asentí.
«A veces, uno puede sentirse inferior en una relación sin razón alguna»
Estaba acostumbrada a seguir las instrucciones de Álvaro y siempre lo obedecía a pesar de odiarlo. Mientras el vehículo se acercaba a la ciudad, pensé que me iba a dejar en el chalé y para mi sorpresa, se fue directo al hospital. El aroma de antiséptico flotaba por el aire, penetrando cada esquina del lugar. No me gustaba, pero seguí a Álvaro hasta el cuarto de Rebeca sin decir nada. Rebeca estaba atada a un suero acostada en la cama con una apariencia más frágil y pequeña. Cuando nos vio entrar, su expresión se puso seria y luego de un largo silencio, habló:
—No quiero verla, Álvaro.
Su bebé había muerto y ya no tenía su aura maternal. Se convirtió en una persona frívola y rencorosa. Álvaro se acercó a ella y la abrazó apoyando la barbilla en su frente tratando de consolarla, murmurando:
—Vino a cuidarte. Es lo menos que puede hacer. —La forma en que se adoraban y eran tan íntimos era como una daga en mi corazón. Rebeca apartó sus labios para decir algo, pero decidió no hacerlo y le lanzó una sonrisa a Álvaro.
—De acuerdo, tienes la última palabra. —Estaban hablando de mí, pero no logré entrar en la conversación y fui obligada a obedecer sus instrucciones. Álvaro era un hombre ocupado; era un Ayala, pero no fue al funeral de Jorge. Debía encargarse de los negocios familiares y no tenía tiempo de acompañar a Rebeca durante su estancia en el hospital. Al parecer la única persona que estaba libre para cuidarla era yo. A las dos de la mañana, Rebeca seguía despierta porque había dormido mucho durante el día. No había camas extras en el hospital y tuve que recurrir a sentarme en una silla al lado de su cama. Al sentir que yo seguía despierta, Rebeca pronto volteó a verme.
—Samara, eres demasiado inferior.
No supe qué responder y solo me quedé viendo mi anillo de compromiso por un largo tiempo antes de mirar hacia arriba.
—¿No se supone que el amor es así?
Rebeca no entendió lo que quise decir y luego de una pausa, sonrió.
—¿No estás cansada de ello?
Sacudí mi cabeza.
«Todo en la vida es cansado. Lo único que hice fue enamorarme de un hombre»
—¿Me puedes servir un vaso de agua? —preguntó, sentándose derecha. Asentí y me levanté para traerle el agua.
—No le pongas agua fría. ¡La quiero caliente! —ordenó con tranquilidad. Después de servirle el agua, le di el vaso. Sin embargo, no lo agarró y me dijo—. Te odio. Eres patética. No te culpo por el aborto espontáneo, pero no pude evitar descargar mi odio hacia ti.
No entendí a lo que se refería y le ofrecí el vaso de agua.
—Cuidado, está caliente.
Tomó el vaso y de pronto me agarró. Yo traté de alejarme de manera instintiva, pero se me quedó viendo intensamente.
—Hagamos una apuesta, ¿quieres? ¿Se preocupará por ti? —Asombrada, me di cuenta de que Álvaro estaba parado enfrente de la puerta y no lo vi llegar. Rebeca me miró y con calma, me preguntó— ¿Quieres apostar? —No dije nada y la dejé verterme el agua sobre mi mano. Un instante dolor agonizante atravesó mis sentidos y acepté la apuesta con mi silencio. Rebeca bajó el vaso y de manera inocente, dijo—. Lo siento, no lo hice a propósito. El vaso estaba muy caliente y se me cayó. ¿Estás bien?
«¡Es una hipócrita!»
Retiré mi mano, mordiéndola del dolor.
—Estoy bien —respondí, sacudiendo mi mano.