Capítulo 5 Hoy es mi día de suerte
Rebeca se sorprendió al escuchar mis palabras, sus ojos se oscurecieron y miró hacia Álvaro tirando de su manga antes de decirle con voz suave:
—Alvi, estuve fuera de lugar anoche. Veo que los molesté a ti y a Samara. ¿Puedes pedirle que tome el desayuno con nosotros? Míralo como mis sinceras disculpas, por favor.
«Yo... ¡ja, ja! Sin duda, algunas personas no necesitan esforzarse para ganarse el cariño. Lo único que tienen que hacer es pestañear y actuar vulnerables. De esa forma, pueden salirse con la suya»
Al principio, Álvaro tenía la intención de hacer caso omiso, pero cuando Rebeca habló, me volteó a ver y dijo:
—Comamos juntos. —Su tono era frío y dominante.
«¿Dolió?»
Estaba adormecida por el dolor, pero le lancé una sonrisa y asentí.
—Gracias. —No podía rechazar a Álvaro porque era alguien de quien me enamoré a primera vista y sin duda, superarlo iba a ser muy difícil. Supongo que era mi día de suerte porque era la primera vez que probaba la comida hecha por él. Huevos fritos y tocino no tenían nada de especial, pero, aun así, me impresionaron. Todo este tiempo, pensé que un hombre como Álvaro Ayala estaba por encima de los demás y que nunca llegaría tan bajo como cocinar con sus propias manos.
—Samara, prueba los huevos fritos que Alvi cocinó. Están excelentes. Cuando estábamos juntos, siempre los hacía para mí —comentó Rebeca, colocando un huevo en mi plato. Luego, le dio uno a Álvaro también con una sonrisa melosa—. Alvi, prometiste que me acompañarías a ver flores hoy. No puedes romper tu promesa, ¿de acuerdo?
—¡Mhmm! —respondió Álvaro mientras desayunaba. Sus movimientos eran tan elegantes como si fuera un príncipe. Nunca hablaba si no era necesario, pero cuando se trataba de Rebeca, se aseguraba de siempre responderle todas sus preguntas y peticiones. Gael parecía estar acostumbrado a esto y siguió desayunando de manera sofisticada. Estaba viendo nuestras interacciones en silencio como si fuera un extraño. Por otro lado, yo agaché la cabeza con el ceño fruncido.
«¡El funeral del abuelo es hoy! Si Álvaro se va con Rebeca, ¿qué va a pasar con nuestro plan de ir a casa de la familia Ayala?»
Nadie pudo disfrutar de su desayuno esta mañana. Luego de unas mordidas, Álvaro subió a cambiarse de ropa. Dejé mis cubiertos y lo seguí. En la habitación, Álvaro sabía que había entrado y con tono indiferente, preguntó:
—¿Necesitas algo? —Se quitó la ropa de manera casual mostrando su figura firme y me di la vuelta de forma instintiva para darle la espalda.
—¡El funeral del abuelo es hoy! —Escuché un sonido arrastrado detrás de mí, así como la cremallera de sus pantalones cerrándose seguido de su voz monótona, diciendo:
—Ve tú sola.
El ceño de mi frente se frunció aún más.
—Es tu abuelo, Álvaro. —Era el nieto más grande de los Ayala.
«Si está ausente en el funeral, ¿qué va a pensar el resto de su familia?»
—Le dije a Josué Cedillo que se encargara del funeral. Puedes comunicarte con él para ver los detalles. —Habló sin emoción alguna, como si estuviera explicando un asunto irrelevante. Sentí una punzada de tristeza cuando se fue a su estudio, pero fui rápida en levantar mi voz.
—Álvaro, ¿hay alguien más indispensable para ti además de Rebeca? ¿No te importa tu familia?
Dio una pausa en su caminar antes de voltear a verme con los ojos entrecerrados y emitiendo una vibra tenebrosa, me dijo:
—No estás en posición de hablarme sobre los asuntos de mi familia. —Luego de una pausa, encorvó los labios y con desprecio, gritó— ¡No eres digna! —Sus palabras fueron como un balde de agua fría y me estremecieron hasta los huesos. Al escuchar sus pasos alejándose poco a poco, una risa taciturna se me escapó de los labios.
«¡No soy digna! ¡Ja!»
Habían pasado dos años y sin embargo, mis esfuerzos para acercarlo a mí fueron en vano.
—Creí que eras insensible, pero nunca me imaginé que fueras a meter tus narices en los asuntos de otras personas. —Una voz burlona se escuchó en mi oído. Di la vuelta y vi a Rebeca inclinada en la puerta con sus brazos cruzados. Ese rostro inocente y tierno se quedó atrás y ahora tenía una expresión fría.