Capítulo 331 Las consecuencias de los impulsos
«Dios mío, soy tan tonta, confundí su bondad como si fuera un amor real por mí y jamás lo había pensado así. Ahora sé que si algo le pasara a Rebeca, siempre se preocuparía más por ella que por mí».
Al notar mi silencio, la tía Silvia se dio cuenta de que ningún tipo de sermón o regaño me haría cambiar de opinión, suspiró y salió de la sala para ir hasta su habitación; cuando regresó, ya se había cambiado de ropa y se fue de la casa. Yo por mi lado, me sentía abrumada con mis propios pensamientos, así que me puse de pie y caminé hasta la puerta de entrada; la señora Hernández, quien se había quedado en el suelo conmigo, también se puso de pie y dijo a mis espaldas:
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