Aquel día, todos en la empresa escucharon el fuerte grito de desesperación de Sergio desde su despacho. Se había encerrado con Juez en la habitación y lloraba mientras abrazaba a su perro. No dejaba entrar a nadie y no escuchaba a nadie. Nunca esperó que, mientras estaba ocupado trabajando, el juez sería alimentado con heces.
«¡Heces! ¡Su hijo de piel que tanto le había costado criar! ¡El descendiente de un rey de pura raza! ¡Un auténtico Husky con certificado de pedigrí! ¡Un Husky que creció comiendo comida para perros de alta gama! Su hijo peludo al que besaba y abrazaba para dormir, ¡e incluso con el que se bañaba! Ni siquiera se atrevía a pegarle, ¡pero Cecilia le enseñó a comer heces! ¡Heces!».
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