Como la puerta del aula estaba soldada con fuerza, y ya no se podía abrir, ella no podía salir en absoluto. Por lo tanto, decidió no intentar escapar más. En lugar de ello, se limitó a apoyarse en la pared de esa vieja aula abandonada y salpicada de sangre, jadeando con fuerza.
Miró a la cámara, sabiendo que esa persona la estaba observando de cerca. Bajando la cabeza, emitió una voz tan fría como el hielo:
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