Capítulo 13 Tu marido es un psicópata
Sofía, que acababa de salir por su puerta, escuchó sus palabras de inmediato. Se quedó tan sorprendida que su visión se desvaneció por un momento, y casi tropieza y cae rodando por las escaleras.
Por fortuna, su psique fue lo bastante fuerte como para estabilizar su débil cuerpo, así que bajó las escaleras con lentitud. A cada paso, su corazón parecía dar una sacudida.
«¡Miguel es un psicópata después de todo! ¿Cuánto podría durar una caja de condones? Si hace un pedido a granel de unas cuantas cajas más, mi cuerpo quedará agotado por completo».
Después de que Sofía bajara las escaleras, sus sandalias de color beige pisaron con suavidad el suelo, dejando al descubierto sus hermosos pies.
Llevaba el vestido que Miguel le había comprado, un elegante y gracioso vestido de satén de edición limitada. De hecho, él no se había limitado a elegir los vestidos para ella; todo estaba bien estudiado, por lo que el vestido se ajustaba al contorno de su cintura, haciéndola parecer esbelta. El vestido con bordes de pliegues terminaba justo por debajo de sus hermosas rodillas, dejando al descubierto una parte de sus tersas pantorrillas.
Con el contraste del vestido blanco, se veía aún más exquisita, y tan blanca como la nieve. De hecho, su piel ya era bastante blanca. Después de haberse cuidado bien durante un año, su piel parecía tan impecable como un huevo cocido.
De hecho, su aspecto había atraído a los tres hombres de la sala. Era innegable que todos ellos se habían quedado impresionados por ella. Debido a su prestigiosa posición en la ciudad, estaban acostumbrados a ver mujeres hermosas en diversos escenarios de negocios, por lo que tenían un buen ojo para las mujeres. Sin embargo, después de haber visto a Sofía aparecer con semejante atuendo, aun así se habían quedado boquiabiertos ante su belleza.
Daniel pensó que sus ojos le estaban jugando una mala pasada. Hace un año, cuando había traído a Sofía por primera vez, ella estaba tan delgada que su rostro parecía demacrado, y estaba muy ajada y desnutrida. En sólo un año, parecía haber cambiado por completo. Era una persona distinta.
Enrique también se quedó boquiabierto.
—¿Esta es tu chica en casa?
«Pero dijeron que parecía demacrada, desnutrida y con poco peso. De hecho, ¡no parece eso en absoluto!».
Mirando a la impresionante Sofía, Miguel estaba radiante de orgullo. Le dio una palmadita en el muslo mientras decía:
—Chica, ven a sentarte aquí.
Enrique se revolvió el pelo rubio con una mirada incrédula.
—¡Se ve tan diferente de la foto en su certificado de matrimonio! ¿Cuántas cirugías plásticas se ha hecho?
Era evidente que no reconocía a Sofía, ya que su aspecto era muy diferente al que había tenido durante el día. En aquel momento, ella había sido intrépida y valiente, como un ágil leopardo. Sin embargo, frente a Miguel, el tigre dominante, un leopardo parecería un gatito, por muy salvaje que fuera.
Aunque Enrique y Daniel no reconocieron a Sofía, ella sí los reconoció.
El pelo rubio de Enrique, en particular, había dejado una profunda impresión en ella. Por la tarde, incluso le había lanzado un beso.
Le pareció recordar de forma imprecisa haber visto a Daniel, que estaba al lado de Enrique, en la limusina Lincoln.
Había cuatro personas en el coche en aquel momento: el conductor, Daniel, Enrique y otro hombre. Intentó recordar el aspecto del hombre y, cuanto más lo recordaba, más le parecía que aquel hombre se parecía a Miguel...
Los ojos de Sofía se encontraron con los de Miguel, que sonreía a medias mientras la miraba. Una repentina comprensión la golpeó mientras su mente se quedaba en blanco.
Entonces, se le puso la piel de gallina en el brazo.
«De hecho, ¡le envié un beso a otro hombre delante de mi marido! Parece que Enrique aún no lo sabe, pero Miguel ya lo sabe todo. No es de extrañar que el ambiente sea tan espeluznante esta noche. ¡Esa fue la razón!».
Sofía estaba tan sorprendida que sus piernas se sentían débiles.
«Oh, no. ¡El tigre me va a comer viva esta noche!».
Al ver que ella seguía quieta, sin moverse, Miguel volvió a darle unas palmaditas en los muslos, esta vez con un tono un poco más serio.
—Ven aquí.
Sofía tembló y caminó hacia él, sintiéndose resignada. Su cuerpo cayó rígido en los brazos de Miguel mientras pretendía sentirse tímida. De hecho, le daba miedo mirar a Daniel y a Enrique, por temor a que la reconocieran. El ambiente sería incómodo si eso ocurriera.
Miguel miró a su «chica» con satisfacción y le rodeó la cintura con los brazos mientras hablaba en un tono más suave:
—Este rubio es Enrique. Es un don juan, así que será mejor que lo evites en el futuro.
El corazón de Sofía se estremeció al escuchar eso. Hacía apenas un segundo, Miguel se había mostrado bastante frío con ella, pero de repente se había vuelto tan amable. Sus imprevisibles cambios de humor le demostraban a Sofía que era, sin duda, un psicópata peligroso.
«Es un hombre de 31 años que sigue siendo virgen, aunque tenga buena apariencia y mucho dinero. No hay más explicación que el hecho de que sea un psicópata».
Sofía enterró la cabeza en el abrazo de Miguel y asintió con obediencia, como un gatito.
—De acuerdo.
Enrique seguía indignado.
—Tu chica es demasiado tierna y delicada. No me gustan las chicas como ella. Sólo me gusta mi chica sexy, la que conocimos en la Calle Constitución durante el día. Ella es mía, y ninguno de ustedes puede quitármela.
Al oír las palabras «chica sexy» y «Calle Constitución», Sofía volvió a temblar. Sabía que se había metido en un lío, pero no había sido consciente de que el lío fuera tan grande.
Había coqueteado con el mejor amigo de su marido psicópata.
Todavía no se había recuperado de la gran conmoción que le había producido el darse cuenta.
Sofía conocía desde hacía tiempo los nombres de Enrique y Daniel: eran personas importantes para Miguel, y lo habían ayudado mucho. Su importancia para él superaba sin lugar a dudas a la de Sofía, con la que Miguel sólo había pasado medio día.
Había un proverbio que decía que las mujeres eran como la ropa, de la que uno podía deshacerse con facilidad, mientras que los amigos eran como los miembros, que uno nunca podía abandonar; ella coqueteaba con su mejor amigo; estaba segura de que él la desecharía.
A Sofía le temblaba todo el cuerpo en esos momentos, y no se atrevía a mirar a ninguno de ellos.
Abrazando a su mujer, Miguel miró a Enrique como si estuviera mirando a un idiota. «¡Tu chica sexy ya ha dormido en mi cama! ¡Sorpresa!».
Al ver la mirada de sorpresa de Sofía, Miguel quiso darle una buena lección esta vez para que no se le ocurriera coquetear con ningún hombre de ahora en adelante. Por eso, le dijo a Enrique a propósito y en voz alta:
—¡Desgraciado! Puede que ya tenga un marido. Seguro que sólo estaba jugando contigo al mandarte un beso. Deja de imaginar.
«¡Sí, eso es!». Sofía asintió. «Sólo quería jugar con él, y desde luego no tenía otras intenciones. ¡Soy una esposa obediente y cumplidora! Querido marido, ¡deberías tener un gran corazón para perdonarme!».
Sin embargo, Enrique no entendió en absoluto las intenciones ocultas de Miguel y continuó burlándose en voz alta:
—¡Hmpf! No hay ninguna mujer a la que no pueda ponerle las manos encima. Incluso si está casada, incluso si tiene hijos, ¡puedo ser el padrastro!
Sofía abrazó a su marido con fuerza para demostrarle su lealtad.
«¡No tengo intención de engañar a Miguel! Aunque es un psicópata, puesto que me solucionó la educación secundaria y me matriculó con éxito en la Universidad de Bahía, ¡juro que nunca lo engañaré! Estaba bromeando con Enrique».
Abrazando a Sofía, que estaba sentada en su regazo, Miguel resopló con frialdad.
—¡Hmpf! Quizá su marido sea más poderoso que tú.
Enrique respondió con seguridad:
—En toda Ciudad Bahía, aparte de ti, ¡nadie más merece mi respeto!
Un escalofrío recorrió el corazón de Sofía.
Una mirada malhumorada nubló un poco el rostro de Miguel mientras miraba a Enrique con una enigmática mueca.
—¿Y si ese hombre soy yo?
Tal vez eran demasiado cercanos el uno al otro, por lo que podían hacer ese tipo de bromas a menudo. Sin pensarlo dos veces, Enrique se rio a carcajadas.
—Si ese es el caso, cualquier mujer que caiga en tus manos está condenada. ¡Tendré que salvar a la damisela en apuros! ¡Jajaja!
Sofía se sorprendió al escuchar eso de nuevo.
«¡Parece que mi marido no es sólo un psicópata!».