Miguel siguió a Sofía hasta su casa, pero fue bloqueado afuera. Las dos alpacas, que parecían haber recibido ciertas órdenes de Cayetano, le escupieron en la cara cuando lo vieron. ¡Ptooey!
¡Ugh, huele mal! Miguel casi se desmayó por ese hedor. Se paró debajo de su habitación y gritó: "Sofía, querida... ¡me equivoqué! Por favor, escúchame..."
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