Desde la muerte de Camilo y la marcha de Lorenzo, la depresión de Sofía había empeorado. A menudo tenía noches en vela y fuertes dolores de cabeza. En cuanto cerró los ojos, pudo ver a un Camilo cubierto de sangre frente a ella con la cara contorsionada mientras la asfixiaba hasta la muerte.
«Sofía, ¡eres mía! Yo fui quien te salvó la vida, ¡así que eres mía! ¿Me escuchas? ¡Mía!».
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