José escuchó esas palabras. Así, su envejecido rostro se puso rojo y su gordo cuerpo se estremeció. Enfadado y avergonzado a la vez, se apresuró a sonreír a Sofía y le dijo:
—¡Está diciendo tonterías! ¡Eres mi hija! Ni siquiera tengo tiempo para mimarte. ¿Cómo podría intentar hacerte daño?
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