Capítulo 15 ¿Aborto involuntario?
Su sangre tiñó las sábanas, que ya eran rojas, dejando unas manchas de color rojo oscuro.
—¿Por qué estás sangrando tanto? —Miguel estaba más que sorprendido. Dejó la pecera y le dio la vuelta al vestido de Sofía antes de quitarle las bragas de encaje. Sin embargo, la sangre seguía brotando de ella.
Sofía también levantó la cabeza para mirarlo. Sabía que estaba tumbada sobre un charco de sangre. Aparte de eso, el líquido caliente seguía brotando de su cuerpo sin control. Ella tampoco tenía idea de lo que estaba pasando ahora.
«¿Es posible que los engranajes de mi destino hayan empezado a moverse? ¿Está el hombre que tiene el poder de maldecir a sus esposas, Miguel Flecha, usando ese poder para maldecirme hasta la muerte?».
Los ojos de Miguel se abrieron de par en par. Su rostro se oscureció de repente, volviéndose taciturno. Sin decir nada más, llevó a Sofía abajo en brazos y le pidió a Héctor que preparara el coche para ir al hospital.
Héctor tampoco tenía idea de lo que estaba pasando, pero de inmediato preparó el coche. Entonces, vio a Miguel abrazando a una pálida Sofía mientras subían al coche a toda prisa, dejando un familiar olor a sangre tras ellos. Héctor era muy sensible al olor de la sangre. En cuanto lo detectó, frunció el ceño mientras miraba el rostro pálido de Sofía y le deseó suerte en silencio.
«Sólo ha pasado un rato, pero ya está sangrando. ¡No esperaba que Miguel fuera de verdad un psicópata!».
Un rastro de sangre de color rojo intenso se extendía desde el suelo del dormitorio principal, la escalera de caracol, hasta el vestíbulo. El Sr. Morgado y algunas otras criadas también miraban a Sofía con lástima. «Por desgracia, no se podía desafiar la voluntad de Dios. Miguel debería quedarse soltero toda su vida».
Mientras tanto, Sofía sufría una conmoción aún mayor; pensaba que había sufrido una enfermedad terminal y que estaba a punto de morir.
«Miguel -este psicópata- tiene una fuerza vital muy fuerte. Es sólo el primer día, y sin embargo ya estoy maldita. Parece que mi fuerza vital no es tan fuerte como la suya. Me temo que ya no podré vivir una vida larga y feliz».
Durante el último año, se había esforzado por llevar una buena vida, y utilizar los recursos que Miguel le había dejado para fortalecer sus habilidades. Además de estudiar para superar el examen de acceso a la universidad, había seguido perfeccionándose, aprendiendo sobre acciones y bienes inmuebles para estar mejor preparada. Además, iba al gimnasio todos los días, y aprendía boxeo y etiqueta. Lo había dado todo para vivir una vida espléndida. Sin embargo, todos sus esfuerzos habían sido derrotados por la primera noche que pasaron juntos.
«¡Adiós, mi encantadora vida! ¡Adiós, Universidad de Bahía!».
Sofía sólo quería morir en silencio, mientras esperaba que no hubiera psicópatas en el cielo, y que pudiera nacer en una familia normal en su próxima vida.
El Cayenne negro pasó a toda velocidad por las carreteras de Ciudad Bahía, como un espíritu en la noche. En el coche, Miguel abrazó a Sofía sin decir nada. María también se había unido a ellos para cuidar de Sofía, y había conseguido detener su hemorragia con una toalla entre las piernas.
María tenía los ojos muy rojos, pues ya se había acercado a Sofía después de haber pasado un año con ella. Después de todo, era fácil llevarse bien con ella. Sin embargo, no esperaba que Miguel la maldijera hasta la muerte en la primera noche que estuviera de vuelta. Entre sollozos, se llevó el pañuelo a la cara.
—¡Señora, por favor, no se muera!
Tumbada en los brazos de Miguel, Sofía esperaba su muerte, pero no la sintió llegar, incluso tras un largo rato. En cambio, sintió como si sus entrañas estuvieran revueltas, como si hubiera una mano mezclando sus órganos internos. Después de gemir un poco, otra oleada de sangre salió a borbotones.
«Sólo déjame morir... Todo será mejor entonces...»
Con ese pensamiento en su mente, Sofía cerró despacio los ojos mientras la respiración pesada y agitada de Miguel y los sollozos de María resonaban en sus oídos.
Héctor estaba detrás del volante mientras adelantaba con habilidad a otros coches y tomaba atajos en la carretera. Sus manos estaban húmedas de sudor mientras miraba sin cesar por el espejo retrovisor a Sofía, que estaba en brazos de Miguel. Nunca había sentido que el hospital estuviera tan lejos.
Llegaron con rapidez al hospital más cercano. Sofía ya se había desmayado, así que María y Gabriel la llevaron al hospital, dejando la toalla en el asiento trasero del coche. El llamativo color rojo hizo que la expresión de Miguel fuera aún más sombría. No las siguió hasta el hospital. En cambio, se dedicó a fumar en el coche, un cigarrillo tras otro. Le pidió a Héctor que se quedara allí, por lo que ambos estaban en el coche negro. Además, no le permitió encender las luces. El ambiente era tan tenso que Héctor pensó que Miguel estaba a punto de hacer un anuncio importante.
Héctor pensó: «¿Va a culparme de la muerte de Sofía? ¿Cómo puede ser esto culpa mía?».
No tenía ni idea de si habían pasado 30 o 40 minutos cuando Miguel por fin apagó el cigarrillo y miró a Héctor con aire sombrío mientras decía con frialdad:
—Héctor, te he tratado bien, ¿verdad?
Héctor se sorprendió al escuchar esa frase tan conocida en un ambiente familiar. «¿Por qué siento que estoy en un gran problema?». Recordó los últimos treinta años de su vida.
Cuando tenía seis años, había sido elegido entre un grupo de huérfanos para ser el discípulo de un hábil maestro debido a su fuerte constitución. A los 15 años, se había unido al equipo de guardaespaldas de Miguel como octavo guardaespaldas de éste.
A lo largo de los años, había vivido en la precariedad, construyendo junto a Miguel su imperio empresarial mientras se enfrentaba a situaciones peligrosas. Siempre había sido el primero en ayudarlo y en asumir la culpa por él. Aparte de eso, también lo había servido bien, y había seguido todas las órdenes. Siempre había sido el que tomaba la iniciativa en todo. Aunque Miguel era bastante psicótico a veces, trataba muy bien a las personas que trabajaban para él. Nunca les había faltado nada, ya fuera dinero, propiedades o mujeres.
En un milisegundo, Héctor había recapitulado los últimos treinta años de su vida, remontándose hasta el big bang y el origen de la vida. Al final, contestó en voz baja:
—En efecto, me ha tratado muy bien durante la última década, señor.
Miguel volvió a encender otro cigarrillo y el humo se extendió por todo el coche. Después de otros largos diez minutos, en los que Héctor casi rompió a sudar, Miguel al fin preguntó con solemnidad:
—Tú eres el padre del bebé no nacido de Chica, ¿verdad?
Héctor lo miró sorprendido. «¿Qué demonios?».
Miguel se sentía pesado y malhumorado. Tras una pausa, dijo:
—Ya llevas más de una década trabajando para mí. Es hora de que formes tu propia familia. Aunque me gusta mucho Chica, ya que han llegado a este punto, sólo puedo dártela a ti, aunque odie tomar esta decisión... —En ese momento, el dolor parecía salir del alma de Miguel.
«Debería haber sabido que esto pasaría. Sofía y Héctor siempre han estado juntos, y él ha alcanzado la edad apropiada para casarse. Sólo era cuestión de tiempo que se enamorasen el uno del otro. Pero no esperaba que yo fuera a provocar que Sofía sufriera un aborto espontáneo justo después de volver».
Miguel confiaba en el carácter de Héctor. Al fin y al cabo, llevaba más de una década trabajando para él y nunca se había salido de la línea ni una sola vez. Si lo había hecho ahora, eso demostraba que se trataba de un amor verdadero.
En los años que Héctor había pasado con él, siempre habían vivido bajo la constante posibilidad de ser atacados, pero Héctor nunca se había enamorado de nadie, a pesar de que no faltaban mujeres a su alrededor; estaba claro que Héctor quería estar con Sofía puesto que la había dejado embarazada. Sin embargo, justo en la primera noche de su regreso, Sofía ya había sufrido un aborto.
«Parece que de verdad soy un experto en maldecir esposas. Si Sofía se quedara a mi lado, moriría de todos modos. Es mejor que se la entregue a Héctor».
Héctor parecía haber adivinado los pensamientos de Miguel. Estupefacto, intentó explicar con rapidez:
—Jefe, soy inocente...
Miguel interrumpió:
—No tienes que decir nada más. Me divorciaré de ella mañana. Si el niño sobrevive, puede seguir adelante y darlo a luz. Si no, le daré una suma de dinero, y podrás vivir una buena vida con ella...
En ese momento, Gabriel y María regresaron con una Sofía somnolienta. Miguel se sorprendió al verla.
—¿Han vuelto tan pronto?
«¿No se ha desmayado hace un momento tras perder demasiada sangre debido a su aborto espontáneo? ¿Cómo puede caminar ahora?».
María sonrió, con cara de haber escapado de un calvario.
—Jefe, resulta que el periodo de la señora se adelantó porque sufrió un shock demasiado fuerte. Estará mejor después de beber un poco de agua tibia.
Miguel hizo una pausa antes de preguntar:
—¿No se desmayó hace un momento?
María respondió:
—La señora estaba demasiado cansada y se quedó dormida.
Tanto Miguel como Héctor se quedaron sin palabras al escuchar eso.