Capítulo 14 Tan asustada que se había mojado
Enrique, Daniel y Miguel eran mejores amigos desde hacía mucho tiempo. Estaban tan unidos que no se lo pensaban dos veces cuando se hablaban. Justo después de soltar una tontería, Enrique se dio cuenta de repente de que Miguel estaba casado, y aunque su mujer era muy joven, era un matrimonio formal. De ahí que se apresurara a explicar:
—Señora Flecha, por favor, no se confunda. Miguel es a veces un poco psicópata, pero, en general, es un hombre decente.
Sofía se sorprendió tanto que estuvo a punto de romper a llorar. Ahora estaba segura del todo de que Miguel era un psicópata.
«Es un psicópata súper desquiciado. Quien se quede con él tendrá muy mala suerte».
Miguel sintió que eso era suficiente para darle a Sofía un buen susto, y que ya no volvería a coquetear con otros tipos. Sintió que ella había visto por fin su lado poderoso, así que le acarició su sedoso pelo y echó al resto de la casa.
—Se hace tarde. Tengo algunos asuntos que atender. Los que no estén involucrados, piérdanse. Vayan, vayan, vayan.
Daniel sabía que Miguel, el viejo virgen, estaba a punto de tener suerte por fin, así que se levantó y sostuvo su maletín.
—Me voy para no interrumpir tus «negocios».
Enrique, sin embargo, no quería irse.
—No me voy. Por fin te despides de tu virginidad después de tanto tiempo. Deberíamos celebrar un momento tan histórico. Incluso he preparado fuegos artificiales…
—¡Lárgate!
Miguel bajó a Sofía y los ahuyentó en persona. De hecho, los estaba echando.
Antes de que Enrique fuera expulsado de la casa, consiguió decir en voz alta:
—Señora Flecha, ¡tiene que aguantar esta noche! No sea como las dos anteriores…
—¡Cállate!
Miguel tenía un pasado especial. Parecía que alguien no quería que se volviera aún más poderoso al casarse con alguien de igual condición: sus dos ex prometidas habían sufrido desafortunados accidentes. Una había sufrido por accidente una herida en la cabeza, había perdido la memoria y, al despertarse, había olvidado a Miguel.
La otra había sufrido un accidente justo después de comprometerse con él, y había estado a punto de perder la vida.
A causa de esos incidentes, surgió el rumor de que Miguel estaba maldecido, y que quien se casara con él tendría mala suerte. Desde entonces, había adquirido fama de ser un maldice-esposas, por lo que sólo se había casado a los 31 años.
Enrique nunca había creído en esos rumores supersticiosos, por lo que se había convertido en una broma entre los tres. Cada vez que Miguel hablaba con una mujer, Enrique esperaba a ver cuánto tardaba la mala suerte en caer sobre ella.
Incluso si ella no tenía mala suerte, Enrique les hacía algo a propósito para fortificar el rumor. Se había convertido en una broma para ellos, al igual que la disolución de los grupos de K-pop según la maldición de los 7 años.
Sin esa broma, Enrique sentía que su vida habría perdido una gran cantidad de alegría.
Cuando estaba bromeando sobre eso, había olvidado que Sofía no tenía ni idea de cómo solían bromear. Ella sólo había oído algunas palabras clave: «aguanta» y «las dos anteriores».
«Miguel había tonteado con dos mujeres hasta que ellas casi murieron. Tal vez incluso más. Tal vez “dos” es solo un valor aproximado. Quizá “dos” no signifique sólo dos, sino una docena de mujeres».
Sofía se sentó en el sofá con cara de circunstancia mientras un escalofrío le recorría la espalda. Le pareció sentir una inquietante nube de oscuridad que envolvía aquella villa bien decorada. Tal vez fueran los fantasmas de las mujeres que se habían sentido agraviadas.
«Oh, no. Mis buenos días han llegado a su fin».
Las especulaciones de Sofía se desbordaron al imaginar mil formas de morir, cada una más devastadora que la otra. Ella era bastante pobre, así que no sabía cómo se entretenían los ricos, y no tenía ni idea de las cosas de psicópatas que hacía el círculo de la élite en Ciudad Bahía. Sin embargo, sabía que cuanto más rico era uno, más psicópata se volvía, porque los estímulos ordinarios ya no podían satisfacer sus necesidades.
«No me he vengado del imbécil; aún no he terminado de gastar los 80 millones de mi tarjeta bancaria, y acabo de entrar en la Universidad de Bahía. No quiero morir todavía».
Miguel despidió con rapidez a Daniel y Enrique y volvió al salón para encontrar a Sofía todavía sentada en el sofá. El vino que acababa de tomar había hecho su efecto, ya que se veía muy linda con las mejillas sonrojadas. Seguía aturdida, con aspecto de estar todavía arrepintiéndose de sus errores.
Cuando Miguel supo que la mujer que había enviado el beso a Enrique era su esposa, se puso furioso. Sin embargo, según el informe de Héctor, Sofía acostumbraba a ser obediente y nunca lo había engañado. Durante el último año, había estudiado mucho. Además, hacía ejercicio y aprendía etiqueta, maquillaje y boxeo. Sin embargo, ese había sido un incidente importante. Como su mujer era tan guapa, atraería a muchos hombres, así que tenía que hacer todo lo posible para evitar que lo engañaran.
En primer lugar, tenía que darle una buena lección a Sofía para demostrarle que estaba furioso por cómo había enviado un beso al aire a otro hombre.
Por eso, Miguel borró su sonrisa y puso una cara larga de forma deliberada.
—¿Por qué sigues sentada aquí? Sube rápido a esperarme.
Con una mirada apagada, Sofía arrastró los pies hacia arriba.
Caminando detrás de ella, Miguel recordó de repente que era un día apropiado para una celebración, por lo que le gustaría comer su plato favorito, anguilas a la parrilla.
En el último año, que había estado en el extranjero, no había podido probar el sabor de la comida, a pesar de que las materias primas habían sido enviadas desde Cetos y habían sido elaboradas por auténticos cocineros de Cetos. Le seguía sabiendo mal. En cualquier caso, la comida de Cetos era la mejor, sobre todo su favorita: las anguilas a la parrilla.
Cada vez que regresaba de países extranjeros, comía algunos animales exóticos para satisfacer sus antojos, pero las anguilas debían mantenerse en un tanque durante unos días antes de cocinarlas. Aunque el mayordomo, el Sr. Pedro Morgado, estaba muy familiarizado con los hábitos de Miguel, éste le preguntó:
—Pedro, ¿has comprado las anguilas?
El Sr. Morgado respondió con alegría:
—Por supuesto. Las he preparado con unos días de antelación, sabiendo que a usted le encantan. Están en el estanque, ¡y han crecido hasta ser muy largas y gruesas!
Miguel asintió satisfecho, pero seguía preocupado; tenía que verlas con sus propios ojos.
—Déjame echar un vistazo y elegir las más gruesas...
Sofía, que seguía en la escalera de caracol, escuchó las palabras clave: «anguilas», «gruesas», «largas». Por poco no pudo recuperar el aliento y se desmayó.
Sabía que Miguel era un psicópata, pero no pensó que llegaría a ese extremo.
«¡Incluso quiere usar anguilas! ¡Los tipos ricos del círculo de la élite en Ciudad Bahía de verdad practican tales formas enfermizas de hacer el amor! ¡Si usa eso conmigo, me moriría!».
Era probable que Miguel estuviera eligiendo las anguilas, así que tardó un buen rato. Mientras esperaba, Sofía se tumbó en la cama cubierta de pétalos de rosa, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo.
De repente, sintió que todo en la habitación se había transformado en una especie de juguete sexual.
«Las velas que no han terminado de arder, el candelabro... Todo puede convertirse en un juguete. La copa de vino parece que también puede ser un juguete sexual... Las mesas, las sillas, los marcos de fotos, el plumero...».
De repente se dio cuenta de que aquella habitación nupcial suya era una auténtica escenografía de tortura que Miguel había preparado para ella.
Después de haber vivido una buena vida durante un año, todo había llegado a su fin.
Sofía cerró los ojos con resentimiento mientras esperaba con fervor que no hubiera psicópatas en el cielo.
Por fin, Miguel volvió con una pecera con dos anguilas dentro. Las anguilas eran tiernas, gruesas y largas, como a él le gustaban.
Para él, el mejor alimento del mundo entero eran las anguilas. Si no pudiera comer anguilas, la vida dejaría de tener sentido. Le encantaba tener anguilas a su alrededor, como si fueran peces de colores. Después de cuidarlas durante unos días hasta que les tomaba cariño, se las comía, y el sabor era tan exquisito que se sentía como si hubiera muerto y hubiera ido al cielo...
Sofía, que estaba en la cama, oyó los pasos de Miguel que se acercaban. Se sentía como una criminal, a punto de ser decapitada, al oír los pasos de su verdugo. Su corazón se encogió, pero ni siquiera tuvo el valor de abrir los ojos.
Sin embargo, los abrió y vio de inmediato a Miguel, y a dos de sus anguilas, que eran bastante gruesas y largas. Sofía se sobresaltó y sintió que un fluido caliente brotaba entre sus muslos, mojando su vestido de inmediato.
«Estoy tan nerviosa que he perdido el control de mi vejiga...»
Sofía pensó que estaba tan asustada que se había mojado. Estaba al borde de las lágrimas mientras pensaba: «No puedo creer que vaya a morir de esta manera».
Sin embargo, Miguel, que tenía un olfato agudo, enseguida olió algo raro. Levantó enseguida el vestido de Sofía y vio una enorme mancha de sangre debajo de ella.