Capítulo 12 La primera noche de los recién casados
Miguel abrió la puerta y se apoyó en el marco mientras evaluaba con interés a la mujer que tenía delante.
Ella parecía una persona por completo diferente a la que había sido durante el día. El nudo en su cintura había desaparecido, ya que llevaba la camisa holgada, ocultando su esbelta cintura. Mientras tanto, los pantalones vaqueros ceñidos al muslo delineaban su pierna de manera espléndida. Después de quitarse las gafas de sol, su pelo negro y ondulado cayó sobre sus hombros de forma casual.
En ese momento, ella bajaba la cabeza con obediencia, sin atreverse a hablar. Era una visión muy diferente a la impresión asombrosa que había causado durante el día, en donde había parecido una gata salvaje.
—¿Has vuelto? —La voz de Miguel era melodiosa como siempre. Aparte de eso, incluso se inclinó a propósito más cerca de ella y respiró en su cara, haciendo que ella se sonrojara.
Ella se había rendido por completo, ya que no importaba lo que hiciera, tendría que acostarse con él de todos modos. Era mejor entregarse a él de manera dócil.
Sofía asintió y habló en voz baja:
—He vuelto.
Miguel siguió observándola con interés. Notó una gran diferencia en ella en comparación con su aspecto anterior. Hacía un año, parecía un pollito secado al sol. Sin embargo, ahora había desarrollado una buena figura, y parecía una enérgica gata salvaje.
Y ahora, esa gata salvaje había contenido sus garras mientras se paraba frente a él de forma obediente. Estaba casi a punto de dejar que él le acariciara la barriga.
Él se burló a propósito de ella:
—Chica, ¿por qué bajas la cabeza? ¿Has hecho algo malo?
Sofía sonrió con timidez.
—No me atrevería. —Su sonrisa era muy forzada.
Miguel le pellizcó la cintura y se sorprendió al comprobar que tenía unos abdominales bien marcados. Después de burlarse de ella, se hizo a un lado para dejarla entrar.
—Entra.
Acababa de ducharse, y sólo tenía una toalla enrollada en la cintura. Su fuerte figura era como las perfectas esculturas de mármol que se veían en los museos: era simplemente perfecta. Había algunas gotas de agua reluciendo en su pecho, lo que le daba un aspecto seductor.
Una vez que entró en la habitación, Sofía se dio cuenta de que el dormitorio había sufrido un cambio de apariencia completo. La manta con la que solía dormir se había convertido en una manta floreada de color rojo intenso, y el tono de toda la habitación había cambiado a un rojo tétrico. En la pared, la palabra «felicidades» estaba impresa en una letra bastante grande, pintada en rojo. Aparte de eso, una fragancia embriagadora emanaba de una vela encendida, creando una aparente niebla rosada en la habitación.
Sobre la cama, la manta floreada estaba decorada con pétalos de rosa, y dos botellas de vino tinto estaban encima de una mesita junto a la cama.
La escena era espeluznante.
Mientras observaba aquella inquietante habitación, Sofía desvió la mirada hacia las estanterías situadas encima de la cama. Se quedó boquiabierta al detectar una caja de preservativos sin abrir.
«¿Los había pedido a granel? Una caja entera de preservativos. ¿Cuántas veces tendríamos que tener sexo para terminar de usarlos?».
Miguel extendió de forma deliberada su larga figura sobre la cama y bebió un sorbo de vino mientras daba unas palmaditas a la caja de condones con una sonrisa misteriosa.
—Rápido, dúchate ahora. Acuérdate de limpiarte bien para que luego pueda saborearte mejor.
La visión de Sofía se volvió negra, y casi se desmayó. Entró en el cuarto de baño sintiéndose conmocionada.
Se duchó con lentitud mientras pensaba en cómo debía expresar el problema en el que se había metido esa tarde. Al fin y al cabo, tendría que decírselo a él, ya que lo más probable era que no se pudiera solucionar sin su ayuda.
Tardó una hora entera en ducharse, y Miguel no le pidió que fuera más rápida, pues sabía que esta vez no podría escapar.
Por fin, se secó el pelo con lentitud y salió del cuarto de baño con una bata. Su cuello era tan bello como el de un cisne, y brilló cuando entró en la habitación. Miguel ya había apagado las luces, y había encendido dos velas.
El ambiente era romántico, y a la vez escalofriante.
Miguel había colocado las coloridas cajas de condones sobre la cama de forma organizada. La saludó con un gesto.
—Ven aquí, chica. ¿Qué color te gusta?
Con una mirada sombría, Sofía se limitó a elegir un color.
Al no tener más opciones, se tumbó en la cama, con un aspecto tentador, como el de un delicioso dumpling. Miguel se frotaba las manos con entusiasmo mientras disponía los condones en línea recta sobre la cama.
En realidad, tenía muchas ganas de acostarse con ella, pero pensó que, como era la primera noche que pasaban juntos después de casarse, sería mejor ser ceremonioso. Por lo tanto, fingió ser decente mientras servía dos vasos de vino.
—Ven, chica. Vamos a beber este vino con los brazos entrelazados.
Sofía obedeció e hizo eso con él. Una vez que el delicioso vino se deslizó por su garganta, un rubor se formó enseguida en sus mejillas.
Después de tomar un sorbo del vino, Miguel lo mantuvo en su boca y besó los labios de Sofía mientras pasaba con lentitud el vino a la boca de ella. Después de eso, cada vez que recordara su primer beso, Sofía siempre recordaría la riqueza del vino Lafite de 1982.
Tras el beso, Sofía se sonrojó y se armó de valor para contarle el incidente que había ocurrido hoy. De forma inesperada, cuando Miguel terminó de escucharla, se limitó a sonreír con aire misterioso.
—No es para tanto, después de todo. Llámame «maridito» y lo arreglaré de inmediato por ti.
Encantada de escuchar eso, Sofía fue en extremo obediente.
—¡Maridito!
—¿Una vez más?
—¡Maridito!
Miguel la besó como si estuviera borracho y la empujó a la cama. Justo cuando el momento culminante del día estaba a punto de suceder, de manera inesperada...
—Jefe, ehm... el Sr. Guerra y el Maestro Lamas están aquí. ¿Cuándo se reunirá con ellos? —María anunció con ansiedad fuera de la puerta.
En ese momento, Miguel se estaba poniendo un condón, y puso una cara larga.
—¡Pídeles que esperen un rato!
María bajó corriendo las escaleras nada más oír eso. Sin embargo, en poco tiempo, volvió a subir con pasos pesados. Ahora mismo, la pareja de recién casados en la habitación estaba en su momento más importante. Miguel jugaba con ella mientras estaba a punto de penetrarla, y Sofía estaba preparada para derramar algo de sangre mientras le sujetaba los hombros con nerviosismo.
—¡Jefe, el señor Guerra ha dicho que es urgente! ¡Muy urgente! Si no baja ahora mismo, ¡van a subir! —María llamó a la puerta sin descanso.
—¡Maldita sea! —Miguel maldijo y miró a Sofía frente a él. Unos cuantos pétalos de rosa incluso caían sobre su hermosa figura, haciéndola parecer en extremo seductora. Reprimió su deseo y se puso una bata antes de bajar las escaleras.
Tumbada en la cama, Sofía parecía un pez muerto sobre la tabla de cortar, con aspecto de haber aceptado el destino de ser devorada por él. Envolviéndose en la manta, se dio la vuelta en la cama y vio la impactante caja de condones.
«Tengo que mudarme a la residencia universitaria. No puedo seguir aquí. Una vez que Miguel regrese, es seguro que desgastará mis partes con rapidez».
Después de haber estado revolcándose en la cama durante un rato, escuchó a María subir corriendo las escaleras, con sus pesados pasos anunciando su llegada.
—Señora, el jefe le pide que reciba a los invitados abajo.
Sofía se levantó de mala gana y se dirigió al armario para elegir su ropa. La mayoría de sus conjuntos de verano eran camisetas cortas; no tenía ni idea de por qué le gustaba ese estilo. Sin embargo, cuando abrió su armario hoy, todas sus camisetas cortas habían desaparecido. Todo había sido cambiado por vestidos de una sola pieza.
—¿Dónde ha ido a parar toda mi ropa?
María contestó apenas:
—Justo después de volver, el jefe dijo que ese tipo de ropa no le queda bien a una chica, así que ahora se usan como trapos de cocina. La ropa del armario son vestidos nuevos que te compró.
Sofía puso los ojos en blanco, sabiendo que sus días de despreocupación habían llegado a su fin. Sin embargo, se consoló a sí misma.
«No importa, ¡esto es mejor que vivir en Daroca!».
Se limitó a elegir un vestido adecuado y a ponérselo. En realidad, no le gustaban los vestidos, porque no podía caminar a grandes zancadas cuando los llevaba puestos.
En ese momento, había tres personas en el salón: Miguel Flecha, Daniel Lamas y Enrique Guerra.
El rubio, Enrique, se rio a carcajadas de manera exagerada.
—¡Jajaja! ¡Es la primera vez en la historia que rompes la maldición de provocar la muerte de las mujeres que amas, Miguel! Déjame ver a la increíble dragona prehistórica que ha sido capaz de domarte. Recuerda que incluso eres capaz de dejar calva a una perra por estar cerca de ti.
Miguel encendió un cigarrillo y echó bocanadas de humo, con una expresión fría y asesina en sus ojos. «¿Sus supuestos asuntos urgentes son sólo para ver a mi chica, a la que tanto he echado de menos?».
Miró a Enrique con júbilo.
—Te la enseñaré más tarde. No te pongas tan celoso de mí.
Enrique se burló.
—¡Hmpf! No tengo ningún interés en tu chica. ¡Sólo quiero saber quién es la chica sexy de ayer! Era bastante salvaje y hermosa. Me gustan las mujeres como ella.
Daniel todavía parecía algo indispuesto en ese momento, ya que no se había recuperado de su mareo.
—Por favor. ¡Es probable que ni siquiera le gustes!
Enrique se sintió infeliz al escuchar eso.
—¿Cómo es eso? ¡Incluso me tiró un beso! Un beso volador, ¿sabes? ¿Recibiste algún beso de ella?
Al escuchar la mención de los besos voladores, las venas de la frente de Miguel palpitaron mientras le indicaba a Héctor, que estaba a su lado:
—Pide otra caja de condones por si acaso.
Héctor asintió, y rezó en silencio por el destino de Sofía más tarde...