Bailey observaba detenidamente los tres huesos de albaricoque que adornaban su pulsera; había más en esos huesos de lo que parecía a simple vista. La pulsera era un regalo valioso y significaba mucho para Bailey, lo que explicaba por qué la llevaba puesta todo el tiempo.
Por su parte, Dana extendió la mano y acarició el cabello de Carmen. Qué niña tan encantadora, pensó con cariño. No pudo evitar pensar en lo que podría haber sido si él y Lucy hubieran tenido un hijo propio; el niño incluso podría haber sido mayor que Carmen en ese momento. Pero ahora es demasiado tarde, lamentó. Dana sabía que no podía retroceder en el tiempo.
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