—Es cierto. Tenía unos ojos preciosos. Sólo pude verla por un momento, pero es difícil olvidar el aire de dignidad y gracia que desprende. Tu madre ha visto a mucha gente respetada en sus días de juventud. No conozco a nadie que lleve un aire de dignidad tan bien como ella. Pero me pregunto en qué clase de problemas se habrá metido para tener que entregar a su propio hijo. Qué pobrecita, sola y teniendo que valerse por sí misma y por su hijo, sin un compañero con el que contar. Debe de haber conocido al tipo de hombre equivocado —susurró Ye Xi-Mei con fuerza y sacudió la cabeza.
El ánimo de Ye Xi-Mei decayó mientras seguía hablando. Su frente comenzó a arrugarse con suaves líneas de tristeza. Tal vez esto le haya traído recuerdos propios.
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