La risa de Lu Ming-Feng destilaba condescendencia y arrogancia. A sus ojos, Qiu Mu-Cheng y su gente eran sólo carne en la tabla de picar, y él era quien sostenía la cuchilla.
No se equivocaba. Sin la protección de Ye Fan, el Grupo Mufan era un desafortunado cordero atrapado en una guarida de lobos.
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