Las rotundas palabras del Rey de los Luchadores resonaron en la sala como si fueran lingotes de oro cayendo al suelo. Aunque Fang Shao-Hong y Lu Tian-He eran los líderes del ejército, no se atrevieron a replicar. Al final, agacharon la cabeza y suspiraron antes de marcharse con tristeza.
—¡Por Dios! Por lo que parece, el señor Chu sólo puede contar con su fortuna.
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