—Papá, he... he ofendido al señor Chu y me ha dicho... me ha dicho que tienes que venir a recogerme en persona...
Por el teléfono, se oyó el llanto triste y asustado de Lei Ao-Ting. Cuando Lei San escuchó lo que dijo, su rostro palideció. Todo el confort y la alegría que sintió durante la cena habían desaparecido por completo. No había más que una inmensa rabia y miedo en su rostro.
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