Capítulo 1831 No hay que dejar morir a nadie
Las tierras nevadas parecían no tener fin. Sin embargo, era en un lugar tan inerte, sin rastros de vida, donde se ocultaba una cabaña de madera en medio de las llanuras nevadas.
La llama se mecía con el viento, ahuyentando el frío. Un hombre de mediana edad suspiraba tristemente junto a la llama. Frente a él yacía una figura delgada cuyo rostro estaba espantosamente pálido. Su respiración era tan superficial que era como si apenas viviera.
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