—No, gracias. Ya tengo muchos tacones altos en casa. No necesito otro —respondió Mu-Cheng con una sonrisa, pero sus palabras carecían de convicción.
—¿Sí? Bueno, supongo que, aunque sumes los costos de todos los zapatos que tienes, la cifra no se acerca ni a una fracción de lo que vale este par de zapatos de suela roja —sonrió Lin Qian interiormente con desdén, y sus ojos se llenaron de un fuerte sentido de superioridad.
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